ACTUALIDAD
LA VOZ DE LA MUERTE
Yo sufrí a un dictador uniformado.
Apareció de repente, en un día de sangre
y se quedó en mi casa
zampándose mi dignidad
y la de todos mis hermanos.
Sí,
yo viví por más de tres lustros
a un dictador uniformado.
Su voz olía a muerte
y se escuchaba por doquier
como un tañido venenoso.
Desde que llegó a mi casa
apagó la luz de la alegría
y mi esperanza agonizante
halló todas las puertas cerradas.
Me cambió el disco que yo siempre cantaba,
entró en mi pieza, en mis zapatos,
en la cocina de ollas en pavor y platos empolvados.
Penetró en mi estómago amargo
hasta ulcerar el vacío.
Hurgó entre mis libros amarillentos,
pero no supo leer:
solo los de cubiertas rojas
fueron con ensañamiento sacrificados.
No contento con arrancar mi limonero
el dictador se apropió de todos los huertos
para calmar su bulimia enloquecida.
Pues, yo padecí a ese agente de Luzbel:
sembró el terror, la miseria, la injusticia,
el crimen, el saqueo, la corrupción;
mandó cerrar todas las bocas
para ignorar los desgarros del pueblo;
ahorcó los intestinos de los pobres
para no escuchar el “Himno del pan”;
acribilló los cerebros`
para abortar las ideas incontenibles.
Metió en su bolsillo maloliente
todos los poderes
y en las hojas de los árboles sobrevivientes
se leía su nombre. Y las hojas morían.
Solo ciertas hordas de truhanes vivían:
aquellos que bajaron la cabeza
para mirar sus asquerosas manos llenas.
Los otros, los otros, los otros, respirábamos;
y los OTROS, aquellos que merecen
la Oda al Honor aún no escrita,
ésos dejaron de respirar… cuando él lo dijo.
Sí, yo conocí a un dictador uniformado
que durmió en mi propia casa.
Tuve que recibirlo, porque forzó mi puerta
con la bota negra que yo mismo pagué.
Aún vive, pero está muerto:
tuvo la ocurrencia de escupir al cielo.
Hace tiempo que no lo veo
pero dicen mis hermanos que sonríe
y que a veces vuelve a mugir en su pocilga.
Pero está bien muerto
porque la podredumbre
ya ha llegado hasta el glaciar inocente.
Montreal, agosto de 1988